Teletrabajo: el test rápido de la transformación
Artículo en colaboración con:
RD
Raquel Davo
Business Review (Núm. 301) · Estrategia · Mayo 2020
Casi sin darnos cuenta, han pasado más de cincuenta días de confinamiento en España. Una ocasión para “soltar” lo viejo y caduco y “abrazar” lo nuevo y desafiante. No lo hemos planificado, no lo hemos elegido, tan solo lo hemos acogido y aceptado, tratando de que nos descubra una nueva versión de nosotros mismos más humana, más generosa, más empática y compasiva.
Estamos de nuevo ante un salto evolutivo que posiciona en el centro un liderazgo ejercido desde la confianza, la ejemplaridad y la humildad, como valores que hacen la diferencia y que, entre otros factores, son responsables del nivel de engagement en los equipos. Y son estas coordenadas las que forman parte de la nueva carta de navegación del liderazgo humanista, ese liderazgo al servicio del equipo, el liderazgo centrado en aportar valor a los demás porque encuentra su sentido y razón de ser facilitando, empoderando y ayudando a ser mejores personas hacia un propósito compartido. Según Gallup, solo el 13% de los trabajadores en todo el mundo se siente altamente comprometido, un 63% siente indiferencia y el 24% está activamente desmotivado. En España, un 79% de la población trabajadora se muestra indiferente, y solo un 6% se siente altamente comprometido. Sin embargo, analizando los datos de empresas Great Place to Work, el 70% de los trabajadores que pertenecen a ellas se siente altamente comprometido. Por lo tanto, nos encontramos ante un gran desafío que nos demuestra que liderar desde la confianza es el motor del engagement y, por lo tanto, el eje del proceso de transformación hacia el que han de dirigir los esfuerzos las compañías que anhelan equipos comprometidos.
Si pensamos en el teletrabajo, las organizaciones han avanzado en dos meses el proceso de cinco años, produciendo un salto cualitativo en productividad y en calidad de vida, derivada de los beneficios de la flexibilidad horaria, la conciliación familiar y la satisfacción emocional de ser tratados como seres responsables que se autogestionan, apelando a nuestra responsabilidad personal. Los datos de productividad y presentismo en España, comparativamente con la media de la Unión Europea, nos sitúan diez puntos por debajo (7% en España frente al 17% de media), según la OIT. Solo una semana después de la orden de confinamiento, más del 32% de la población con empleo declaró estar teletrabajando.
Aunque esta “nueva forma de trabajar” estaba en la hoja de ruta de múltiples organizaciones para ser implantada en el medio plazo, teniendo en cuenta que, en transformación digital, nuestro país se sitúa por detrás de otros países europeos (según el Barómetro 2018 sobre la Madurez Digital en España, nos situamos entre el puesto 14 –Digital Economy and Society Index 2017– y el 17 –Global Connectivity Index–, teniendo que mejorar en modelo de negocio y organización, datos y tecnología, capacidades y cultura digital), llegó a nuestras vidas y hemos respondido al reto de un día para otro, de forma radical, sin planificación previa, sin grupos de estudio de viabilidad, sin análisis de costes ni estudios de satisfacción o acogida de la plantilla,
Ahora bien, cuando se lanza un MPV (mínimo producto viable), el objetivo se centra en responder de forma ágil a las necesidades y requerimientos de la demanda para que, mediante un proceso iterativo de mejora, se incorporen los cambios y modificaciones según las experiencias del usuario. Podríamos decir que el teletrabajo es una forma de mínimo producto viable que ha cubierto las necesidades del contexto, y hemos “testado” sus bondades a falta de la retrospectiva necesaria para realizar un análisis crítico de ajuste, adaptación y mejora. En mi opinión, estamos cerca de caer en el error de tomar decisiones concluyentes acerca de su idoneidad y beneficios, sin realizar un análisis profundo desde la mirada positiva y objetiva de lo que puede aportar, alejándonos del “juicio de valor” sobre un MPV al que todavía le quedan ajustes que realizar. Si lo valoramos como una solución momentánea y transitoria, un “parche” que nos salvó de la situación y que, en cuanto se pueda, se retroceda al punto de partida, estaremos dejando pasar una oportunidad única para poder acceder al siguiente nivel evolutivo como organización y, por lo tanto, impactar positivamente en el bienestar de la sociedad.
En este sentido, un estudio llevado a cabo por Actiu a más de cuatrocientos profesionales de múltiples perfiles, de empresas de diferentes sectores y que teletrabajan por primera vez, concluía que el 73% considera que quiere volver a trabajar en su empresa y hacer “home-office” solo un día a la semana, valorando como lo “peor” de teletrabajar, con un 46%, la sensación de “tener que estar conectado”, pues la “no respuesta” ante un e-mail, llamada o videollamada sería un factor negativo a considerar, y más en tiempos de ERTE.
También nos demuestra que venimos actuando con paradigmas organizativos basados en modelos rígidos y jerárquicos propios de la Revolución Industrial, fundados en el control y la autarquía, con entornos que dejan ver el miedo como emoción predominante, además de la sombra de la amenaza ante comportamientos que no se ajustan a lo deseable.
La duda que surge es qué es necesario que suceda para que una práctica tan positiva y que marca, claramente, un gran avance en la evolución social, se lleve a cabo de una forma responsable y efectiva. ¿A qué compromisos debemos llegar para desarrollarla de forma saludable y que nos ayude a evolucionar los modelos organizacionales y, por lo tanto, de liderazgo ejemplar para su adecuada gestión?
Es necesario un cambio de modelo de creencias (mindset) para que emerja una nueva cultura impulsora, y no limitante, de procesos evolutivos que están al alcance de nuestra mano. Debemos recorrer el camino del aprendizaje necesario para incorporar las prácticas que nos permitan ser competentes en la gestión de este nuevo entorno y tener la valentía de abrazar el cambio hacia un nuevo mundo liderado por la confianza como bandera, para poder respirar la frescura de la gratitud, la generosidad y la transparencia, entre otros valores, que guíen nuestros propósitos y, por lo tanto, afiancen nuestros compromisos. La capacidad de aprender es lo único que nos va a permitir adaptarnos al mundo en el que vivimos.
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Raquel Davo
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Profesora del Máster en Dirección de Personas y Desarrollo Organizativo [DRHO] de ESIC.