Un gimnasio emocional para cada compañía
Business Review (Núm. 154) · Habilidades directivas · Enero 2007
Los directivos están abandonados a su suerte personal, a su iniciativa privada, en cuanto a cómo valerse para abordar las exigencias crecientes de su entorno laboral, no desde el punto de vista técnico o de competencias, sino como personas con rostro y cuerpo, que viven con emociones su vida laboral de impactos constantes e imprevistos, cuando el enfado y la impaciencia los arrastran, cuando aparece el miedo al fracaso y al riesgo, cuando temen perder influencia y poder si delegan, cuando no llegan e influyen en sus compañeros de equipo como desearían, cuando no logran ser importantes o tenidos en cuenta como su valor personal lo merece.
Entonces, se sienten solos, ocultando sus emociones, como si no sintieran, acomodándose a la cultura de la empresa en la que que el sentir es de débiles y lo que hay que hacer es pensar y ejecutar con rapidez y eficacia. Externamente, deben comportarse como recursos de producción, dotados de un alto nivel competencial,el que corresponde a los MBA cursados y a otros numerosos programas de capacitación competencial que su compañía les ha facilitado con objeto de que logren los resultados de empresa.
En esta cultura empresarial, las capacidades personales o emocionales para alcanzar un alto nivel de rendimiento y bienestar son un asunto de cada cual o del aprendizaje espontáneo que cada uno ha desarrollado en sus experiencias familiares, escolares y laborales. Es una cuestión de suerte genética y de historia personal. Sin embargo, ni siquiera los directivos más afortunados llegan al nivel de "cinturones negros" en capacidades personales o emocionales. Están descompensados hacia sus competencias técnicas. Es algo así como si Ronaldinho se hubiera quedado con el fútbol que aprendió en las playas brasileñas de acuerdo con sus capacidades innatas, pero después no se hubiera entrenado. En la mayoría de las empresas, este tema es un asunto de "sé tú mismo" y de "sálvese quien pueda".
En los viajes de negocios, en las librerías de los aeropuertos, observamos a muchos directivos hojeando algunos de los numerosos libros de autoayuda mientras esperan su hora de embarque. Ven sus índices, leen algunas páginas con interés, parecen mostrarse reflejados en sus inquietudes, en sus dudas, en su soledad, en sus ambiciones de éxito, en sus deseos de sosiego y armonía familiar, en cómo llegar a poner en marcha sus capacidades y lograr ser importantes.
Siempre hay algún libro que nos enciende l...
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TP