Las siete batallas del autoliderazgo

Las siete batallas del autoliderazgo Las siete batallas del autoliderazgo
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Luis Huete

Business Review (Núm. 348) · Habilidades directivas

Somos poderosos pero también frágiles. Capaces de ser héroes y también de ser villanos. ¿Son las circunstancias? ¿Es la genética? Una parte importante de lo que vivimos depende de la buena toma de decisiones y de su ejecución en siete variables interdependientes.

La vida es una sucesión de batallas, de mayor o menor dificultad, tanto exteriores (trabajo, amor, cultura y amistad) como interiores (cabeza, corazón y manos). Las primeras configuran al personaje. Es decir, afectan al rol público, a la imagen que queremos dar, a nuestra gestión económica y profesional, etc. Las segundas están más ligadas al autoliderazgo y, por tanto, al logro de una mejor o peor versión como persona.

La biografía de cada uno de nosotros es una secuencia de victorias y derrotas en esas batallas. No todas tienen la misma importancia, ni la misma repercusión. Elegir cuáles conviene ganar, y en qué momento, es muestra de sabiduría y madurez.

Una de las paradojas de la vida es que ponemos más empeño en ganar las batallas exteriores, cuando las verdaderamente importantes son las interiores. Un liderazgo institucional, o de equipos, sin una sólida base de autoliderazgo suele acabar mal.

 

El desafío de construir una espiral positiva

Algunos autores defienden que la vida es más el producto de las decisiones tomadas que de las circunstancias en las que se vive. Aunque esta afirmación no es de aplicabilidad universal, es innegable su efecto benéfico a la hora de hacernos sentir más dueños y responsables de nuestras vidas. Las circunstancias influyen, pero no son determinantes salvo casos extremos. Tomar buenas decisiones es fundamental para escapar de las circunstancias y crear una espiral positiva de crecimiento y contribución. Esa es la razón de ser del autoliderazgo.

Para que una decisión sea correcta lo ha de ser desde dos perspectivas: su contenido y su oportunidad. Por ejemplo, sembrar es a priori una buena decisión, pero hacerlo en invierno la convierte en una mala decisión.

La alternativa a una espiral positiva es un bloqueo vital que impida avanzar. O incluso que nos haga retroceder. La probabilidad de que ello ocurra es alta por al menos tres razones: las circunstancias suelen ser duras, tomar decisiones correctas y en el momento oportuno no es fácil y, por último, nuestra corteza prefrontal (la sala de máquinas de nuestro cerebro) tiende a no avisarnos del fraude de algunas gratificaciones a corto plazo que conllevan consecuencias dolorosas.

Gestionar la corteza prefrontal es de gran importancia, ya que en ella radica la voluntad, la inteligencia, la capacidad de resolución de problemas, el dominio del impulso, la capacidad de prever, etc. Tanto el estrés como el abuso de “gratificaciones” baratas (redes sociales, comida basura, pornografía, etc.) deterioran el funcionamiento de esa parte del cerebro. Sin una buena corteza prefrontal, es muy improbable ganar las batallas del autoliderazgo.

Las batallas a las que nos referimos (ver el cuadro 1) son la articulación de un propósito que sirva de guía en la vida, la configuración de una identidad personal poderosa, la gestión del foco de atención, la conquista de la interpretación de lo que nos ocurre, el estado anímico en el que nos instalamos, los estándares de exigencia que nos autoimponemos y la distribución del tiempo que realizamos, con el consiguiente impacto en los hábitos y rutinas que se crean.

 

Las siete batallas del autoliderazgo

 

Las siete batallas son claves para evitar la espiral de deterioro que pueden generar las razones antes enunciadas. Cada una de las siete batallas tiene entidad propia y, a la vez, son interdependientes entre sí. Para que arranque un círculo virtuoso que permita vivir en la senda del crecimiento es necesario crear una masa crítica actuando sobre un conjunto de ellas a la vez.

El autoliderazgo te hace el dueño de tu destino (personaje) y el capitán de tu alma (persona), utilizando la metáfora de William Ernest Henley.

Las batallas más en detalle son las siguientes:

 

1. Primera batalla: articular un propósito que sirva de guía en la vida

El propósito es la razón para la cual se ha nacido y a la que se quiere dedicar los mejores esfuerzos. Descubrirlo supone una gran inyección de motivación. Para que funcione como propulsor requiere un contenido inspirador y ser visualizado muchas veces con intensidad emocional. Se trata de algo muy personal e íntimo, fruto de una reflexión consciente y esforzada. Su enunciado tiene que resultar muy gratificante para nuestra mente y corazón, ya que su consecución requiere vencer las dificultades.

En Japón nació el concepto de “Ikigai”, cercano al propósito, que es toda actividad en la que convergen cuatro elementos: lo hago muy bien, me gusta hacerlo, me puedo ganar la vida con ello y además siento que contribuyo al bien común. Al integrar elementos gratificadores para la cabeza y el corazón, el Ikigai se convierte no solo en un compás para la vida, sino también en una fuente de felicidad y en un factor de longevidad. 

Para algunos autores, descubrir (o articular) un propósito equivale a un segundo nacimiento por la luz y motivación que puede aportar. Además, se reflejará en un mejor legado, que es todo aquello que funciona por mí, pero sin mí.

Un propósito bien articulado es mágico para la vida, ya que actúa como brújula para orientarse y no perder el norte en momentos de ofuscación. La nobleza de un propósito tiene que reflejarse en un contenido referenciado al bien común, al servicio a los demás.

Tener un propósito es un gran aliado para ganar el pulso sobre el factor que más moverá la conducta: las sensaciones (la gratificación de corto plazo) o el sentido (la gratificación de largo plazo). Un buen propósito da sentido al esfuerzo por lograr metas difíciles pero valiosas. Lo contrario, la primacía de las sensaciones, crea consumismo, sentimentalismo y malas versiones de uno mismo. Sentirse llamado a hacer grandes cosas es el primer paso para hacer que ocurran.

Lo que se quiere, esta primera batalla, está muy vinculado a lo que uno se siente capaz de conseguir, la segunda batalla. Uno de los peores conflictos internos ocurre cuando el contenido de las dos variables se aleja. Es decir, cuando uno se siente incapaz de lograr aquello que le gustaría conseguir.

 

2. Segunda batalla: configurar una identidad personal poderosa

La identidad personal es el conjunto de creencias que se tienen sobre quiénes somos y lo que somos capaces de hacer. Esas creencias son producto, en su inicio, de la grabación de lo que decían de nosotros nuestros padres, educadores o personas cercanas, además de la forma en que nos trataban y se trataban entre sí. 

La segunda batalla del autoliderazgo es sanar (si fuera necesario) y enriquecer esa identidad personal. El medio más eficaz para conseguirlo es dominar la voz interior para que su contenido construya una mejor identidad personal. Esta voz ha de usar un relato sobre uno mismo que sea sólido, poderoso e ilusionante. Se puede reconfigurar a través de lecturas inspiradoras, introspección y el trato con personas ejemplares.

La identidad personal suele integrar elementos de lo que quiero lograr (personaje) y lo que quiero ser (persona). Ha de partir de un buen conocimiento personal y de un deseo de superación. Si mejoramos las preguntas que nos hacemos y ensanchamos el perímetro de las cosas que nos generan confort, la enriqueceremos.

La identidad personal influye extraordinariamente en la conducta, ya que uno de los instintos más arraigados en la mente humana es el de coherencia. Nos comportamos de acuerdo con lo que entendemos que somos. 

 

3. Tercera batalla: controlar el foco de la mente

El mundo que nos rodea es diverso. La información que nos envuelve tiene componentes alentadores y desalentadores. Por ello, fijar la atención en una cosa o en su contraria tiene consecuencias.

Nuestro sistema reticular ascendente, una parte del cerebro que se encarga de filtrar la información y actúa a modo de radar, puede llegar a ser nuestro gran aliado para ganar esta batalla. El sistema reticular es “calibrable”, por ejemplo, con proyectos e ilusiones de futuro que estén bien articulados y respaldados por un deseo fuerte de verlos hechos realidad.

De esta manera activamos el sistema reticular para que busque información que haga cierto el dicho de “la cabeza siempre encuentra lo que el corazón desea”. En ausencia de estos proyectos, el sistema reticular buscará fuentes de gratificación en las sensaciones a las que tenga un acceso más fácil. Es la batalla épica entre sentido (largo plazo) y sensaciones (corto plazo).

La energía personal fluye hacia aquello a lo que se le presta atención. Si es a un problema, el problema crece; si es a algo que nos proporciona alegría, la alegría también crecerá. Por eso, la tercera batalla del autoliderazgo es la de gestionar el foco de atención de la cabeza, la perspectiva con la que miramos las cosas. Es mejor ponerlo en lo que uno tiene en lugar de lo que le falta; en lo que uno puede hacer en lugar de lo que los otros deberían hacer; en lo que uno puede controlar en lugar de lo que no podemos controlar; en lo que nos alegra en lugar de lo que nos entristece; en el presente y futuro en lugar del pasado, etc.

Una de las maneras de ganar esta tercera batalla (y las anteriores) es hacer de centinela de lo que nos entra en la cabeza: nutrirla de todos aquellos libros, audios o vídeos que leen, ven o escuchan las personas que nos inspiran, y evitarle el material utilizado por personas cuyo ejemplo no queremos seguir.

El mismo criterio que aplicamos a libros, audios o vídeos es aplicable a otros ámbitos como el cariz de los pensamientos y los estándares de vida. Tanto las personas que frecuentamos como los libros que leemos –en un sentido amplio– son dos de los factores que más influyen en el personaje y la persona que acabaremos siendo.

 

4. Cuarta batalla: la interpretación de los acontecimientos

La forma de interpretar los acontecimientos de la vida, el significado que damos a las cosas que nos ocurren, es posiblemente la batalla central del autoliderazgo.

La historia que nos contamos, que acaba siendo la vida que vivimos, es el resultado de las creencias y reglas mentales con las que opera nuestra cabeza, que muchas veces son inconscientes e incluso pueden ser disfuncionales. No olvidemos que las ideas se tienen; en las creencias se vive.

De ahí la necesidad de “desnudar” las creencias con las que operamos, y de canjear creencias disfuncionales por otras que nos empoderen para una vida más plena. Víctor Hugo lo expone de manera contundente en Los miserables a través del personaje de Jean Valjean: es uno quien elige si interpreta lo que le ha sucedido como una oportunidad de crecer o como un obstáculo que se lo impide; como un don o como una desgracia.

Thomas DeLong, profesor de Harvard Business School, indica que toda persona tiene dos relatos interiores a través de los cuales interpreta la realidad: uno compuesto de inseguridades, victimismo y heridas emocionales que te hacen dudar, y otro en el que la historia que te cuentas es de superación, nobleza y deseo de servir. El primero es en gran parte la herencia genética de nuestros antepasados, activado por algunas malas experiencias personales. El segundo es el que uno ha de construir a partir de la esperanza y fe en sí mismo.

Ambos relatos conviven, de una u otra manera, a lo largo de nuestra vida. Una forma de conseguir que el segundo sea mucho más poderoso que el primero es usar el relato de “dudas” como palanca para alimentar, a través de una sana sobrerreacción, el relato de “superación”.

La interpretación que se hace juega un papel decisivo en el autoliderazgo, generando resiliencia y felicidad cotidiana. Por ejemplo, si se desarrolla un hábito por el cual “elegimos” interpretaciones ligadas al propósito personal, casi todo lo que ocurra será visto como un bien, por lo cual los sucesos negativos quizá duelan, pero no nos harán sufrir.

Conviene identificar tanto nuestras creencias poderosas como las limitantes para conocer mejor los planos inconscientes. El objetivo es entender las reglas mentales que se esconden detrás de cómo juzgamos, sentimos y actuamos, y ver su conexión con alguna creencia.

Todos tenemos reglas mentales sobre lo que es o no es aceptable, sobre lo que el otro debería hacer o decir, sobre lo que debemos comer o no, sobre lo que es un buen o un mal trabajo, etc. El autoliderazgo conlleva simplificar o reajustar las reglas mentales, sobre todo cuando sean disfuncionales o impongan muchas restricciones para disfrutar de un buen estado anímico.

Por ejemplo, una persona cuyas reglas mentales para sentirse bien exijan que no se la interrumpa cuando hace una tarea y que todo esté perfectamente ordenado, es muy probable que llene su día de enfados y se sienta subjetivamente agotada. En tal caso, o simplifica sus reglas mentales o su mal carácter enrarecerá la convivencia a su alrededor, e incluso la envejecerá por efecto del cortisol, la hormona del estrés.

Alinear las reglas mentales con las de las personas con las que convivimos y trabajamos mejora la convivencia. Crear un espacio común donde convergen las reglas mentales de las personas cercanas evita posibles desencuentros y facilita la victoria en la siguiente batalla.

 

5. Quinta batalla: el estado anímico habitual

Como las siete batallas están interconectadas, poner el foco en lo positivo (tercera batalla) e interpretar los acontecimientos desde el propósito (primera y cuarta batalla) ayuda a ganar la quinta batalla, que es la del estado emocional.

El estado de ánimo es energía emocional positiva o negativa, de alta o baja intensidad. Las energías positivas son energías de aprendizaje, de superación, mientras que las negativas tienden a desunir y generar dinámicas de confrontación.

La cabeza decide mejor cuando nuestras emociones son positivas y de intensidad media, y peor cuando son negativas y de intensidad alta. La ira, el miedo o la tristeza predisponen al victimismo, a huir o atacar, con independencia del coeficiente intelectual de la persona en cuestión.

El estado emocional tiene un componente hormonal que actúa a veces de causa, pero también de efecto. Por ejemplo, el cortisol, que es la hormona de las emociones negativas de intensidad media-alta, aparece cuando activamos el sistema de alerta ante una situación que nuestro instinto de supervivencia interpreta como una amenaza, ya sea a nuestra supervivencia física o a cualquiera de las cosas que usamos para sentirnos valorados y, en última instancia, queridos. Lo curioso es que la cabeza no distingue si esa amenaza es real (uno de cada diez casos) o imaginaria (nueve de cada diez).

Un exceso de cortisol provoca una intoxicación que genera una visión de túnel, quita vitalidad, envejece el organismo, enrarece el carácter y lastra el funcionamiento de nuestra corteza prefrontal. Y conviene tener muy presente que la mayor parte de las amenazas vienen generadas por nuestra interpretación de la realidad más que por la realidad en sí.

Algunos ejemplos de relatos tóxicos son los de pérdida (me están quitando algo), desprecio (no reconocen mi valía) y los relatos de nunca (no hay esperanza), que muy probablemente provoquen la derrota en esta batalla del autoliderazgo.

Podemos influir en nuestro estado emocional no solo a través del resto de las batallas, sino también a través de la fisiología y las palabras que utilizamos. La fisiología influye en las emociones: hay movimientos que conllevan una determinada emoción, como bailar, celebrar un gol, etc. Igualmente, el ejercicio físico permite liberar muchas hormonas asociadas a la felicidad. Además, las palabras siempre tienen una connotación emocional y por eso influyen en el estado anímico.

Saber perdonar y perdonarse es parte del arsenal para ganar esta batalla. El perdón libera muchas energías positivas y abre posibilidades de futuro. Todo lo que nos ata al pasado nos quita futuro. El perdón puede ser un regalo para el otro, pero lo es, sobre todo, para uno mismo.

Tener buena salud y mala memoria también ayuda a ganar esta batalla. Hay que poder visitar el pasado y volver emocionalmente sano, sin rencores ni victimismos. Lo inteligente es hacer que nuestro corazón gire enamorado alrededor de nuestros acontecimientos. Y traer a la cabeza buenos recuerdos del pasado e ilusiones del futuro.

 

6. Sexta batalla: los estándares de autoexigencia y las líneas rojas no traspasables

Esta batalla consiste en elevar los estándares de autoexigencia en aquello que nos permita instalarnos en una espiral de progreso y contribución. Las personas no cambian cuando se ponen objetivos, sino cuando elevan los estándares con los que operan. Y esto no equivale a un “me gustaría hacer”, sino que conlleva una determinación del tipo “lo voy a hacer cueste lo que cueste”.

La calidad de los estándares se refleja muchas veces en aspectos como la vestimenta y el cuidado del cuerpo. También en el orden en el lugar de trabajo y en los armarios. Hay muchas áreas en las que conviene ponerse estándares elevados, ya que son terreno fértil donde florecerá lo que se siembre. Algunas de ellas son:

La autenticidad a la hora de vivir el propósito.

El cultivo de la voluntad, la vitalidad y la salud física.

• El desarrollo de nuevos conocimientos y habilidades (la lectura es para la mente lo que el ejercicio físico es para el cuerpo).

La práctica de la empatía, la generosidad y el respeto.

Un buen enfoque para ganar esta batalla del autoliderazgo es diseñar lo que se llama el círculo de dignidad. Se trata de poner por escrito una serie de líneas rojas para proteger la dignidad, la reputación personal o la buena marcha de la familia. Esto ayuda a concretar alguno de los estándares de los que estamos hablando, fijarlos como compromisos y defenderlos ante la tentación de transgredirlos por la promesa de felicidad ligada a una gratificación de corto plazo. Dedicar tiempo a identificar los elementos que configuran nuestro círculo de dignidad ayuda a tenerlos presentes en los momentos de ofuscación.

Algunos ejemplos de elementos que podrían formar parte del círculo de dignidad son no dejar nunca que el dinero sea el factor decisivo en la toma de decisiones, no subir a las redes sociales fotos de la familia, no hablar mal de otros (aunque haya una razón para hacerlo), no perder la independencia con privilegios o halagos, no ser desleal al cónyuge...

 

7. Séptima batalla: el buen reparto del tiempo y la creación de hábitos

La batalla más tangible es la de cómo empleamos nuestro tiempo. En gran parte, somos lo que hacemos. No se trata de priorizar lo que está en la agenda, sino de agendar las prioridades. Una vez identificadas, hay que traducirlas en actividades, después agendarlas y, por último, revisar su ejecución.

A la hora de priorizar las actividades, sugiero el siguiente enfoque:

1. Primero las tareas que tengan que ver con integración, es decir, con crear cercanía, empatía, amistad, conexión con uno mismo, etc. Llegaremos donde lleguemos haciendo amigos, no enemigos.

2. La segunda prioridad es todo aquello que nos permita aprender cosas nuevas, cuestionarnos con ánimo de mejora, soñar con proyectos atractivos...

3. En tercer lugar estarían las tareas relacionadas con planificar, controlar y hacer seguimiento.

4. En último lugar, dedicar tiempo a lo que se considere tareas más personales.

Aquí emerge una paradoja: conforme más responsabilidades se tienen, más se deben priorizar las tareas que faciliten el buen desempeño de otros.

Para gestionar la agenda, es necesario identificar tareas eliminables, simplificables o combinables. Una forma de eliminar y simplificar es delegar (yo decido, tú ejecutas y la responsabilidad es de los dos) y descentralizar (tú decides, tú ejecutas y la responsabilidad es de los dos). Lo normal es liberar un 20% del tiempo, que se puede dedicar a tareas de más valor añadido.

De cara a intentar convertir el estado de felicidad en algo cotidiano, es recomendable invertir tiempo en actividades que generen las llamadas hormonas de la felicidad:

Dopamina, la hormona de la motivación y el aprendizaje. Se favorece durmiendo entre siete y nueve horas, celebrando un logro, poniéndose metas, etc.

Oxitocina, la hormona de la empatía y la sociabilidad. Se genera siendo amable y comunicando de manera positiva, dando abrazos, empatizando, siendo generoso, escuchando activamente, etc.

Serotonina, la hormona de la autoestima y la confianza. Se origina haciendo ejercicio, tomando el sol, disfrutando de la naturaleza, etc.

Endorfina, la hormona analgésica que reduce el dolor. Se produce cantando, bailando y sonriendo en grupo, meditando, haciendo yoga, pintando, escuchando música, etc.

La séptima batalla, la de la distribución del tiempo, puede hacer un gran servicio a la quinta batalla, la del estado emocional habitual. También invertir tiempo en actividades que expandan la zona de confort ensancha la identidad personal, que es la segunda batalla.

 

Reflexiones finales

El autoliderazgo requiere ganar muchas de las batallas descritas en este artículo, que, al estar entrelazadas, conviene trabajar de manera conjunta y simultánea. El objetivo es crear suficiente masa crítica para vivir en “modo crecimiento” de manera sostenible. A corto plazo, con tan solo cambiar el foco y la interpretación, se modifica la energía emocional.

Las siete variables son piezas de un puzle que hay que armar con cabeza y corazón. Ganar las batallas nos permitirá crear riqueza en sentido holístico: vitalidad, calidad de las emociones, mejora de las relaciones, más tiempo libre, contenidos de trabajo más atractivos, mejora en las finanzas personales, aumento de las contribuciones y mejores proyectos e ilusiones de futuro. Parafraseando a Winston Churchill, podríamos decir que nunca tantas riquezas debieron tanto a tan pocas batallas.

Luis Huete

Profesor de IESE Business School ·

Educación en Europa y Estados Unidos

Luis Huete es licenciado en Derecho, MBA por IESE Business School y Doctor en Administración de Empresas por Boston University. Fue becario Fulbright en Estados Unidos y su tesis doctoral sobre estrategia de servicios de bancos comerciales fue premiada por el Decision Science Institute de Atlanta como la mejor tesis finalizada en Estados Unidos en el año 1988.

 

Afiliaciones académicas en los cinco continentes

Es profesor de IESE Business School desde 1982 y ha sido profesor en los programas Achieving Breakthrough Service y Advanced Management de Harvard Business School (EE.UU.). Ha dictado programas para ejecutivos también en otras escuelas de negocio como ESE (Chile), IAE (Argentina), IPADE (México), ISE (Brasil), PAD (Perú); Deusto Business SchooI, ISEM, Instituto Internacional San Telmo y Basque Culinary Center (España); ESMT (Alemania), Timoney Leadership Institute (Irlanda), AESE (Portugal) y Skolkovo (Rusia); Human Capital Leadership Institute (Singapur), Mudra Institute of Communications (India), Hamayesh Farazan (Irán) y Lagos Business School (Nigeria) entre otras. También colabora con las Universidades Corporativas de Omnicom (EE. UU.), Bupa y OMG (Reino Unido), ISS (Dinamarca), Telefónica (España), Intercorp y Graña y Montero (Perú) etc. Como investigador ha trabajado en Harvard Business School desarrollando material científico y participando en proyectos de investigación financiados por Bell Communications.

 

Colaboraciones con empresas en los cinco continentes

Luis ha desempeñado labores de speaker, consultor y facilitador de equipos de alta dirección en más de 800 empresas en 70 países. Ha trabajado con CEOs y Comités de Dirección para el rediseño de la gobernanza, estrategia, estructura y cultura en empresas como Almirall, Altia, Banco Santander, BBVA, Banco Caminos, Banesto, Bankinter, Campofrío, Cepsa, Christian Lay, Enagas, ITP-Rolls Royce, Leon de Oro, Loewe, Luckia, Meliá, Neinver, Osborne, Pronovias, Repsol, Ticare, (España); ISS (Dinamarca), International House, OMG (Reino Unido), Rijk Zwaan, Randstad (Holanda), Persgroup (Bélgica), Luxxotica (Italia), Addeco (Suiza), Top Farms (Polonia), Luis Simoes, Sogrape (Portugal); Omnicom, Tricon, UTI (EE.UU.), Guard.me (Canadá); Femsa, Grupo Salinas, Oxxo, Palacio de Hierro, Telefónica (México); Transactel (Guatemala), Graña y Montero, Grupo AJE, Grupo Breca (Perú), Larraín, Telefónica, Tricon (Chile), Banco Galicia, Tarjeta Naranja, Telefónica, VW (Argentina), Equivida, Indurama, Telefónica (Ecuador), ASSA, Copa, Femsa Kof, Indesa, Sab Miller (Panamá), O Estado de Sao Paolo, O Globo, Telesp (Brasil), Coca-Cola, Colombina (Colombia), Grupo Monge (Costa Rica), Nissan (Latam); Epikurean Lifestyle, Six Senses Resorts (Tailandia), CEMEX, Femsa Coca Cola, LH Parangon (Filipinas); Deloitte (Australia); Kangra (Sudáfrica) entre otras.

 

Consejos y cargos en Europa, América y Asia

Luis Huete es consejero de Altia, Instituto Gobernanza y Sociedad, (España); Epikurean Resorts and Lifestyles (Tailandia); y de la International Academy of Management. También es miembro de los Consejos Asesores de Cenador de Amós-Jesús Sánchez (3 estrellas Michelín), Executive Excellence, Exus Partners, Lid Publishing, Instituto Internacional de Talento Humano, Ikaria, Ticare (España) y Adizes Graduate School (EE. UU.). Además, es patrono de la Fundación Tu grano de arena. Anteriormente fue consejero de otras empresas como Six Senses Resorts & Spas (Tailandia), Corporación Financiera Arco (Madrid), PortAventura (Barcelona), y patrono de la Fundación Montenmedio de Arte Contemporáneo.

 

12 libros traducidos en tres idiomas

Es autor de doce libros de gestión. “Servicios y Beneficios”, “Construye tu sueño” “Administración de Servicios” y “Clienting” son los títulos más conocidos. “Liderar para el bien común” (2015), “Lideres que hicieron historia” (2017) y “Construye tu sueño 2.0” (2019) son los últimos publicados. Luis es también escritor habitual de artículos en publicaciones especializadas como Harvard Deusto Business Review.